«Hacer el bien allí donde podamos, amar la libertad sobre todas las cosas, y nunca negar la verdad, aunque sea frente al trono» (L.v. Beethoven)

 

El 16 de diciembre de 1770 nació Ludwig van Beethoven en Bonn (Alemania). Con diez años ya mostraba un gran talento musical y pagaban por escucharlo tocar el piano en los conciertos que organizaba su padre Johann, quien tenía la ilusión de que fuera como Mozart, quien con siete años había ofrecido recitales por toda Europa. De aspecto taciturno, apenas tenía amigos y por su tez morena a veces se le conocía como Der Spagnol -el español-.

 

De educación ilustrada, la muerte de su madre cuando tenía 18 años agravó el alcoholismo de su padre, haciéndose cargo de sus hermanos. Le ayudó el príncipe elector de Bonn al financiar su viaje a Viena en 1792 -año siguiente a la muerte de Mozart-, donde fijó su residencia. En pleno éxito profesional tuvo los primeros síntomas de su sordera. A pesar de la crisis personal que ello le produjo, se sobrepuso creando a comienzos del s. XIX, entre otras muchas, algunas de sus obras más conocidas y que hoy escuchamos: 1º La obertura Coriolano (1807), estrenada en casa del príncipe Joseph Franz von Lobkowitz  junto a la Sinfonía nº 4 y el Concierto para piano nº 4. 2º La obertura Egmont (1810), música incidental para la tragedia del mismo nombre escrita por Goethe en 1788. Y 3º la Marcha Turca Las Ruinas de Atenas estrenada en Budapest en 1811 y que se hizo muy popular hace varias décadas como sintonía de la divertida serie de TV “El chavo del Ocho”. 

 

Doscientos cincuenta años después de su nacimiento, todo homenaje es poco. Con su música y con la dedicada por autores del presente, con resultados increíbles. Muestra de la eternidad de su música en pleno s. XXI es Heroicum(2004) del alcoyano Rafael Mullor Grau (1962-) y Extreme Beethoven (2012) del holandés Johan de Meij (1953-). Similar en la idea a su predecesora, Extreme Make-Over, que interpretó La Pamplonesa en el IFOB del pasado año, todo nace del tema del 2º mov. del Concierto para piano Nº 5 “Emperador”. A partir de ahí se citan y deconstruyen temas de sus sinfonías, de las recién escuchadas Egmont y Las ruinas de Atenas, de la sonata Claro de Luna y de su célebre Para Elisa. Y alguna sorpresa, pero hasta ahí se puede contar. El propio autor comenta: “los puristas y musicólogos se rascarán la cabeza al escuchar esta obra. Por favor, comprendan que nace de la admiración y respeto por uno de los más grandes compositores de todos los tiempos. Por encima de todo, es una Oda a su grandeza”. Y todo ello con la ayuda de los alumnos del CSMN que permiten formar una gran banda sinfónica, como la ocasión merece. Un proyecto pedagógico en el que los alumnos participan y se acercan a la obra de este gran genio. Objetivo cumplido. Felicidades.

 

Luis Mª San Martín Urabayen